El cloro en la depuración del agua para consumo humano

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El cloro se introdujo en el tratamiento de agua potable a comienzos del siglo XX, después de que brotes de cólera y tifus mataran a miles de personas en ciudades europeas y estadounidenses. En Londres, por ejemplo, tras la gran epidemia de cólera de 1854, se empezaron a tratar las aguas de forma sistemática; en 1908, Jersey City (EE. UU.) fue una de las primeras en clorar su suministro municipal. Desde entonces, las enfermedades transmitidas por el agua se desplomaron en todo el mundo.

Hoy se calcula que la cloración previene millones de casos de diarrea y miles de muertes al año, y ningún otro método ha conseguido sustituirla completamente a gran escala.
La clave es que no sólo “desinfecta” el agua en el depósito, sino que deja un residual libre que protege el agua en las tuberías.

En Europa, la obligación de mantener ese residual está recogida en la Directiva (UE) 2020/2184 y en España en el Real Decreto 3/2023, que regula la calidad del agua de consumo humano.

Cantidades de cloro para el consumo del agua y límites legales

Se calcula exactamente la cantidad necesaria para que, después de recorrer kilómetros de tuberías, aún quede al menos 0,2 mg/L de cloro libre en el grifo del consumidor, sin exceder el límite de sabor ni la norma.

Los valores típicos en ciudades españolas están entre 0,2 y 0,6 mg/L, a veces hasta 1 mg/L en situaciones especiales.
Para comparación:

  • OMS: acepta hasta 5 mg/L como límite máximo, aunque por encima de 2 mg/L ya resulta desagradable.
  • Agencia de Protección Ambiental de EE. UU. (EPA): límite máximo permitido 4 mg/L.
  • España: no fija un número exacto, pero en la práctica nadie supera 1,5 mg/L para consumo diario.

Un vaso de agua con esos niveles no produce ningún efecto tóxico. De hecho, hay más riesgo en beber agua sin cloro y con bacterias que lo contrario.

Funcionamiento del cloro

El cloro no mata microbios “por envenenamiento” sino por oxidación: rompe las membranas celulares, desnaturaliza proteínas y destruye ácidos nucleicos.
El ácido hipocloroso (HOCl), la forma más activa del cloro en agua, es unas 80 veces más eficaz que el ion hipoclorito (OCl⁻), por eso el pH del agua también se ajusta para que predomine el primero.

Tiempo de contacto y temperatura influyen: a mayor tiempo y menor temperatura, más eficaz es el cloro. Algunos protozoos como Cryptosporidium y Giardia son resistentes al cloro; en esos casos se necesita filtración o radiación ultravioleta.

Toxicidad del cloro

En condiciones normales, el cloro del agua no representa ningún peligro para la salud.
Lo que sí ocurre es que en aguas mal tratadas o con exceso de cloro pueden producirse:

  • Irritación ocular y de las mucosas
  • Sabor y olor muy intensos, a piscina
  • En duchas, piel seca e irritada en personas sensibles

La intoxicación por beber agua con cloro a los niveles habituales es prácticamente imposible.
Para sufrir efectos tóxicos significativos habría que ingerir agua con decenas de veces la cantidad que permite la ley.
Por ejemplo, en un error grave de dosificación en una piscina o en una planta sin controles adecuados. Entonces sí pueden aparecer vómitos, dolores abdominales, dificultad respiratoria o, en casos extremos, lesiones pulmonares.

Un punto importante: algunos subproductos de la cloración, como los trihalometanos (THM), pueden ser potencialmente cancerígenos a largo plazo si están en exceso. Por eso los operadores de las plantas de agua controlan no sólo el cloro, sino los THM, ajustando las dosis y eliminando materia orgánica precursora.

En definitiva, el cloro es una herramienta potente y segura, siempre que esté en manos de técnicos cualificados y dentro de los límites legales.
No hay que obsesionarse con eliminarlo porque su presencia garantiza nuestra salud, ni jugar a ser técnico y añadir lejía en casa sin saber exactamente qué se hace.
Si el sabor resulta molesto, hay soluciones como filtros de carbón activado, pero el cloro sigue siendo un aliado, no un enemigo.